El turismo argentino aporta poco al PIB, arrastra un déficit histórico y no logra capitalizar su potencial pese a generar empleo y dólares necesarios.
A pesar de tratarse de una actividad capaz de generar empleo, divisas y desarrollo regional, los indicadores muestran un desempeño moderado en comparación con otros países y una evolución marcada por estancamientos y desequilibrios estructurales.
Mientras el Gobierno toma la insólita medida de desfinanciar las estadísticas de Turismo en la Argentina con el solo objeto de ocultar los números que refleja un importante déficit turístico y que el atraso cambiario no es una fantasía sino una palpable realidad y política de Estado, un trabajo de FundAR analiza cómo es el turismo y el mercado en la Argentina. Según las mediciones disponibles, el producto interno bruto turístico directo representa alrededor del 1,7% del PIB argentino, aunque otras estimaciones amplían esa participación hasta el 4,4% si se consideran encadenamientos indirectos. Aun así, el país se ubica muy por debajo del promedio mundial y ocupa el puesto 110 entre 125 economías relevadas en términos de importancia del turismo dentro de su estructura productiva.
La comparación internacional resulta elocuente: en economías pequeñas o altamente especializadas, como Aruba o las Islas Vírgenes, el turismo explica más del 20% del PIB, mientras que en países de mayor población destacan casos como Croacia, Portugal, México o España, donde la actividad supera ampliamente el 6% del producto.
En América Latina, Argentina presenta un peso turístico similar al de Canadá, Colombia o Australia, naciones con territorios extensos y matrices productivas diversificadas. Sin embargo, incluso dentro de la región sudamericana, el desempeño argentino aparece rezagado frente a países que han logrado consolidar al turismo como un sector estratégico, tanto en términos de ingresos como de posicionamiento internacional.
El desarrollo del turismo en Argentina tuvo un impulso significativo a partir de mediados del siglo XX, asociado al crecimiento del turismo social, la expansión del transporte automotor y aéreo y una mayor integración con los flujos internacionales. Durante décadas, destinos como la Costa Atlántica, las sierras cordobesas o los centros urbanos consolidaron una oferta orientada principalmente al mercado interno. No obstante, en los últimos diez años la actividad perdió dinamismo, situación que se reflejó en una menor participación relativa en el turismo regional y mundial.
Esta pérdida de impulso contrasta con el potencial estructural del país. Argentina combina atractivos naturales de escala global -como la Patagonia, las Cataratas del Iguazú, la región andina o el enoturismo- con una oferta cultural y urbana concentrada en grandes ciudades, en particular Buenos Aires. Sin embargo, la falta de inversiones sostenidas, los problemas de conectividad y los vaivenes macroeconómicos limitan la capacidad de capitalizar esos activos de manera consistente.
En materia de comercio exterior, el turismo constituye un componente relevante de las exportaciones de servicios. Durante 2024, la actividad generó cerca de 5.000 millones de dólares, lo que la ubicó como el sexto complejo exportador del país, por detrás del sector sojero, el petrolero-petroquímico, los servicios basados en el conocimiento, el automotriz y el maicero. Si bien el monto resulta significativamente menor al del principal complejo exportador, supera con amplitud a sectores tradicionales como el triguero, el pesquero o el girasolero.
No obstante, esta capacidad de generación de divisas convive con una debilidad estructural: la balanza comercial turística es históricamente deficitaria. Desde 1976, Argentina registró saldos negativos en 42 de los 49 años analizados. El turismo emisivo supera de manera sistemática a los ingresos generados por turistas extranjeros, especialmente en períodos de apreciación cambiaria como el actual.
Los momentos de mayor desequilibrio coinciden con etapas en las que el país se encareció en dólares, lo que incentivó los viajes al exterior y desalentó el turismo receptivo. La década de 1990 y los últimos quince años constituyen ejemplos claros de esta dinámica. El déficit alcanzó su máximo histórico en 2017, con un saldo negativo cercano a los 6.000 millones de dólares, en un contexto de tipo de cambio atrasado y expansión del consumo en el exterior, récord que podría superarse este 2026.
Este déficit turístico no es un fenómeno aislado, sino que se inscribe en la restricción externa crónica que caracteriza a la economía argentina. La salida neta de divisas por turismo profundiza las tensiones sobre el balance de pagos y reduce el margen de maniobra macroeconómico. En ese sentido, el sector aparece tanto como una oportunidad desaprovechada como un factor que agrava los desequilibrios existentes.
El trabajo de FundAR destaca que la reducción de este déficit requiere políticas de largo plazo que exceden al propio sector turístico. La estabilidad macroeconómica, la competitividad cambiaria y la mejora de la infraestructura resultan condiciones necesarias para fortalecer el turismo receptivo. A ello se suman desafíos específicos, como la ampliación de la conectividad aérea y terrestre, la diversificación de la oferta y una estrategia sostenida de promoción internacional.
Una encrucijada estratégicaEl turismo argentino se encuentra en una encrucijada. Cuenta con recursos y atractivos que podrían posicionarlo entre los principales destinos globales, pero enfrenta limitaciones estructurales que han impedido su consolidación como motor económico. Transformar ese potencial en resultados concretos exige políticas consistentes, coordinación público-privada y una visión estratégica que integre al turismo dentro de un proyecto de desarrollo más amplio. Solo de ese modo la actividad podrá dejar de ser una promesa recurrente para convertirse en un pilar efectivo de la economía nacional, concluye el trabajo.FUENTE: SITIO ANDINO